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jueves, 10 de enero de 2008

La necesidad del ridículo.

Demasiadas veces los escritores nos dejamos asaltar por el miedo a hacer el ridículo, y no publicamos debido a ello.
Y no solo los escritores, también los científicos sufren de ese mal.
Pero he aquí que la posibilidad de caer en ridículo, no sólo ha de ser bienvenida, sino que además es necesaria.
De no ser por la teoría de la generación espontánea -que hoy nos parece absurda y ridícula- jamás se habría inventado el microscopio, pues dicho artefacto se inventó en aras de probar o refutar dicha teoría, la teoría no sólo fue refutada, sino que además fue despedazada totalmente, pero gracias a ella fue que se inventó dicho aparato, que no existiría de no ser por ella.
Por otro lado, en los tiempos de Galileo -quien sufrió de arrestos domiciliares por decir que La Tierra se mueve- todo el mundo creía que el mundo era plano, de allí es que viene la palabra "planeta", es decir objeto plano; que sobrevivió a la teoría que le diera origen (o sea, que al mundo deberíamos llamarle redondeta o esferoide y no planeta).
Si los grandes genios de la humanidad se hubieran detenido ante la posibilidad de hacer el ridículo, todavía estaríamos en las cavernas, o peor, durmiendo sobre las ramas de los árboles; piénsese nada más en los más de dos mil intentos fallidos de Tomás Alba Édison de encerrar a la luz dentro de una bombilla, y lo mucho que fue ridiculizado; sistemática y continuamente, en su tiempo. Si Édison hubiese cedido a las presiones de la sociedad de su época, no tendríamos bombillos, ni cinematógrafo, ni nada...
Pero claro, con esto no quiero decir que cada quien publique lo primero que se le ocurra, el truco está en escuchar al corazón, si este nos dice que es menester que publiquemos un trabajo, por muy ridículo que nos parezca, hemos de publicarlo; aunque sea para estimular a alguien que discrepe de lo que decimos; nunca se sabe; tal vez el mencionado señor invente algo útil para probar su punto, algo que jamás nacería si nos empeñáramos a hacer el ridículo.
De manera que el ridículo no sólo es algo que debe ser aplaudido, porque nos alegra la vida a través de sus ocurrencias, sino que además es una necesidad para la consecución del progreso en todos los campos del saber humano.
La odisea de pensar según paradigmas distintos a los aceptados, es un camino difícil, pero es el único camino que conduce al progreso.