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sábado, 18 de septiembre de 2010

El perdón


El perdón no beneficia al perdonado, si no al que perdona, pues limpia su alma del lastre representado por recelos, resentimientos, odios y deseos de venganza que envenenan las almas.
En ese sentido, necesitar la petición de la otra persona para perdonar es una condición altamente errónea, ¿qué hay de los difuntos?, ¿qué hay de los ausentes?
Los difuntos ya no pueden pedirnos perdón porque no están y lo más probable es que a los ausentes no los volvamos a ver.
No puedo hablar por los demás así que hablo por mí, a mí nadie nunca me pidió perdón por las marramuncias que me hicieran, y si hubiera tenido que esperar dicha petición para perdonar, mi alma ya estaría muerta por envenenamiento, yo sería nada más que un cuerpo vacío, sin nada adentro. Y esto es así porque la Naturaleza no acepta el vacío, y donde falta el perdón sobran los resentimientos, los recelos, los deseos de venganza, odios, rabias, ira y cuanto agente tóxico pueda corroer el alma y envenenar el espíritu.
Finalizo recordando que perdonar no significa olvidar si no poder recordar sin resentimientos.
Por eso, aunque la otra persona nunca se entere ni te pida perdón, tú perdona, te sentirás más livianito.

Creencias y comportamiento

Creencias y comportamiento.
El comportamiento está motivado por nuestras creencias, las cuales interactúan entre sí, generando su propia química.
¿Cuántas veces no nos hemos sorprendido diciendo o haciendo cosas que nos disgustan?, ¿cuántas veces nos ha tocado disculparnos con un "no sé qué me pasó" o un "fue más fuerte que yo, no pude evitar hacerlo"?
¿Y crees que mentimos?, ¡no! decimos la verdad, y es que desde niños se nos filtran un montón de creencias, que nos inculcan nuestros padres y abuelos, luego las escuelas y liceos, los amigos, el refranero popular y así sucesivamente.
Y muchas de estas creencias son totalmente virulentas pues nos impelen e impulsan a comportamientos que aborrecemos como si fueran naturales de nosotros.
Por ejemplo, ante el refrán popular que niega toda posibilidad de cambio y reza:
"árbol que nace torcido nunca su rama endereza"
yo replico que el árbol solo tuerce su rama cuando nace en la sombra, y la tuerce buscando la luz.
Además ¡NO SOY ÁRBOL NI TENGO RAÍCES! y en adición sucede que la vida es cambio, todo cambia constantemente en este Universo de espacio tiempo, el cambio es vida.
Unos cambian para mejorar, otros cambian para empeorar pero nadie se queda igualito como estaba.
Por eso debemos hacer como hiciera Descartes; borrón y cuenta nueva; cuestionar todas nuestras creencias, deshacernos de las que nos impelen a comportamientos que nos disgustan y sustituirlas por creencias más sanas.
Para profundizar este tema les recomiendo el libro... no lo consigo; evidentemente lo presté y no recuerdo a quién.
En fin es un libro de Programación Neuro Linguística, creo que se llama Creencias o algo así.

Un juego

¿Un juego?, pues claro, ¿cómo podría escribir como lo hago si no fuera un juego alegre y divertido?
Además, soy un mamífero, y todos los mamíferos aprenden a través del juego...basta ver a los cachorros juguetear de lo lindo, algunos están aprendiendo a cazar mientras los otros aprenden a evadir al depredador.
Si la escuela incluyera el juego, si los estudios fueran juego nadie aplazaría nunca, por nada del mundo pues estudiar sería divertido.
Y como dijo un sabio, "No hay nada más serio que un buen juego"
(Filosofía de un loco de carretera)

Grandeza


Un árbol es un micro universo colmado de pequeños micro universos, pájaros con sus hogares, arañas con sus esculturas -más fuertes que el acero- uno que otro mono, de repente una pereza, ardillas correteando...Y cada uno de estos seres es una fractalidad de simbiontes y parásitos y células vivas.
El árbol a su vez, es parte de un bosque o de un jardín que forja con otros bosques y jardines nuevos multiversos que llamamos ecosistemas -pero no por ese nombre tan académico dejan de estar vivos-
y el todo está contenido en un planeta que es un universo de universos de universos -y así al infinito-
Un planeta en un pequeño rinconcito de una de las infinitas galaxias de este universo que a su vez es una burbuja de espacio tiempo flotando en el vacío, rodeada por infinidad de burbujas con sus propias galaxias y planetas y bosques y jardines.
Tal es la enormidad de la vida y tal es...también...la grandeza de Dios.

Boulevard


Estábamos en el carro de Beatriz, sentados en el asiento trasero, ella me miraba sonriente, con la malicia de quién busca un puñal en la piscina, y yo no podía si quiera imaginar por dónde me iba a saltar la liebre esta vez.
A pesar de que muchas veces me comentó que yo le gustaba más estando furioso que sereno, porque tengo una mirada penetrante e intensa cuando me absorben los airados sentimientos; aún así no me imaginé que esa noche me iba a tocar pasarla solo recorriendo el Boulevard de Sabana Grande.
No sé que excusa usó para molestarme, no lo recuerdo. Lo que si recuerdo es su belleza impactante, su menuda presencia, su pequeña y deliciosa estatura y sus pies. Calzaba treinta y cuatro, por eso yo le decía Cenicienta, recuerdo que cierta vez me tocó recorrer todas las zapaterías de Caracas buscándole un par de zapatillas, pero tan pequeñas no había -excepto por los zapatos de niña que ella no quería usar- y las de cristal estaban agotadas. Al final se probó un par número treinta y cinco y se quedó con ellas a pesar de que le quedaban como chapaletas (supongo que ella también se había cansado de caminar)
Pero volviendo al meollo de la situación, el semi cuero del asiento trasero me tenía las nalgas completamente sudadas, aunque la noche era fría, y justo a media noche comenzó a pelear, tal vez buscando esa mirada que tanto le agradaba; en mis ojos.
Pero yo –ofuscado, hastiado y rabioso- le dije a Beatriz:
-Detén el auto, me bajo aquí
Y así me bajé de la calabaza tirada por no sé cuantos ratones de fuerza y comencé a deambular bajo la luna menguante, aguantando frío.
Y allí comenzó mi travesía por las calles de un Boulevard como una jungla; cinco horas…cinco larguísimas horas a la espera de que abriera el metro para regresar a casa.

¿Por qué no tomé un taxi?, pues porque más, yo era un limpio, uno que siempre está pelando los dientes, uno que no tiene más que papeles y tarjetas de presentación en su billetera –y una que otra foto, un carnet viejo, un trozo de estrofa en un papelito arrugado, y tantas esperanzas de pegar un loto para salir de abajo-

(continuará...tal vez)

jueves, 2 de septiembre de 2010

CARTA A UNA AMIGA DE LA ADOLESCENCIA


RECUERDOS DE UN SOL DE LA MONTAÑA


Hola, ¿cómo estás?, ¿qué es de tu vida?
Cuando al fin nos encontramos en la Web, me pediste una larga carta y yo; que abundo en verborrea y aun así me callo las palabras por temor –lo confieso- a generar malentendidos, estoy algo asustado y a la vez sumamente entusiasmado con tu petición pues tengo recuerdos muy bonitos de la senda que juntos caminamos, del velero en que juntos navegamos a los puertos imposibles de Neruda, al planeta en que estaba el Principito, a los vuelos de gaviota en la edénica escuela de Don Pedro, al mundo de parábolas del Maestro Eternizado y a tantos, tantos orbes sin relojes ni confines.
Te recuerdo en el venado sobre el lienzo; palpitando con los colores de la cera, en el beso de palomas ventanales, en la caricia para un perro callejero y también en el paisaje diminuto escondido en la semilla de caraota.
No, no quiero hablar de mí, pues nada nuevo ha surgido bajo el sol, soy siempre el mismo niño retrechero, que no crece aunque lo ahoguen sus arrugas y no busca más que el sol en las sonrisas y se  lamenta del rocío en las mejillas de la gente.
Quiero hablar de ti, de tu alma que brilló como sol a mediodía en un cielo claro despejado y sereno cuando más las tinieblas me rodeaban, cuando más los abismos me envolvían.

Tú me diste el sabor de la pintura, la belleza de lo sensible, la bondad de lo poético, la virtud de lo religioso.
¿Sabes?, cuando era niño; muy chiquito, todas las noches rezaba con esmero, pasión y diligencia; un Padre Nuestro, luego un Ave María y finalmente las peticiones a Dios para que protegiera a todas las personas que conocía; a quienes nombraba uno a uno, individualmente y por nombre y apellido; para luego rematar pidiendo porque se acabaran las guerras y porque no hubiera niños con hambre, y todo ésto lo hacía arrodillado a un lado de la cama con las manos juntas. Y sin embargo; cuando me conociste yo ya era el más ateo de los hombres y el más infiel de los humanos; y jamás olvidaré una conversación que entablamos, un debate que diste por cerrado con gracia, elegancia, locuacidad e inteligencia haciéndome las siguientes preguntas:
-¿Crees en Dios?
-No mucho, la verdad yo no creo que haya un dios
-Y en el amor ¿crees en el amor?
-Ahhh, en el amor si creo
-Entonces también crees en Dios aunque no lo sepas, porque Dios es Amor.

Ese diálogo que; desde entonces,  llevo cincelado al alma fue el que impulsó toda mi vida hacia búsquedas místicas, a buscar ese Dios y comprobar que no era ciego, sordo y mudo como yo me imaginaba; a buscar ese Amor que anda de boca en boca, ese amor del que todos tienen algo qué decir pero nadie sabe exactamente con qué se come.
Y por ese diálogo descubrí un día, que lo que llaman Amor en La Tierra; no es más que apego; en dónde el afecto existe; sí, seguramente existe, pero surge de la satisfacción de necesidades y pone condiciones a la entrega del cariño.
En cambio el Amor Perfecto, ese Amor que es Dios y que mora en todo ser humano, no pone condiciones, te permite crecer a tu propio ritmo y nuca juzga ni abandona; por el contrario, todo lo perdona.
Ese Amor incondicional que puede sentenciar a viva voz “sé que te amo porque no te necesito y aun así quiero estar a tu lado”; “te amo, lo sé bien, pues aunque no me hace falta tu presencia, prefiero disfrutar de ella en todo momento” es el Amor paciente y abnegado del que hablaba Pablo en sus epístolas, es ese Amor que todo lo que busca es la felicidad del ser amado, aunque ello significa renuncia y sacrificio.
Es el amor de la Empatía que llora las lágrimas ajenas y celebra los triunfos del prójimo como si fueran propios, que llena de gozo ante una sonrisa  y bombardea de abrojos ante el llanto de los desconocidos; ese es el Amor Universal, Incondicional y Perfecto.

Es el Amor del compromiso para con la humanidad, para hacer de este pedacito de Universo un lugar más agradable en qué vivir, el compromiso de dejar en mejor estado toda senda que hayamos recorrido y todo corazón que haya cruzado su mirada con la nuestra. Es todo esto y mucho más lo que me ha dejado el conocerte, por eso te doy las gracias por haber nacido, por existir y por haber compartido al menos una encrucijada con este humilde servidor. De nuevo, repito, INFINITAS GRACIAS…POR EXISTIR.

Y aunque sé bien que esta carta no es tan larga como a ti te gustaría, aquí la finalizo, haciéndote notar que en ella no coloqué tu nombre ni apellido.
Eso tiene una razón y un propósito; es el deseo de compartir con el mundo entero toda la sabiduría que de ti he aprendido sin incurrir pero en faltas a tu privacidad que para mí es sagrada. Sí, así es, quiero que la humanidad toda lea esta misiva y se interne por ella en los orbes infinitos del Amor que nada exige, que todo lo renueva en la entrega incondicional de las almas al Dios omnipotente.

Recibe; mi linda, mis mejores besos infinitos adornados con sin fin de abrazos siderales.
Desde éste rinconcito capitalino, bajo la bóveda de un cielo caluroso y tropical, se despide, siempre tuyo:
tonino