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miércoles, 12 de febrero de 2020

La celda

Estoy en mi celda, esperando la llegada de los guardias que me llevarán ante el verdugo. Hoy se cumplirá mi sentencia, tengo miedo pero no pienso demostrarlo. 
En las paredes de mi encierro hay marcas que hice, para no perder la noción del tiempo, es por eso que sé que anoche fue mi última cena. 

Cómo llegué a esta cruel encrucijada? 

No, no es esa la pregunta, sé bien lo que hice, merezco lo que se me viene, estoy claro en eso… al menos en eso. 
Lo que no entiendo es cómo me convertí en el monstruo que asesinó a tanta gente, 
tal vez fue culpa de la guerra, tal vez el fin de la maldita guerra no me alcanzó a tiempo, tal vez aún me siento en guerra. 
La guerra se quedó conmigo, muy dentro de mi, ¡arraigada en mi mente y en mi alma! 

El infierno acabará hoy, mañana renaceré en otro cuerpo, con otra vida y por Dios que no cumpliré con el servicio militar obligatorio, ¡así tenga que cortarme una mano! 

Doña Correa

Cuando yo era niño, todas las casas en que habían niños como yo, eran gobernadas por la cruel Doña Correa, quien siempre, siempre, estaba acompañada por su fiel sirvienta, la señora Hebilla. 

Es así como comienza esta historia, una historia como tantas, sin dragones ni caballeros, pero sí con malvadas brujas y terribles ogros. 

La historia de infancias marcadas por síndromes postraumáticos, por pieles curtidas y llantos y gritos sin fin. 

Tu historia tal vez, la mía, la nuestra… 

Gracias a Dios hoy existe la línea azul, pero no en todas partes. 

Por eso, la historia se repite cotidiana en gran parte del orbe terrestre. 

Daño colateral

Entramos en la choza armados hasta los dientes, la orden era requisar, buscar armamento enemigo, cualquier trampa cazabobos.

-Revise el ala derecha soldado
-Entendido Sargento.

Me dirigí al lado derecho de la casa, entré en cada una de las habitaciones, revisé cada centímetro del lugar y de pronto escuché pasos corriendo hacia mí.
Sin siquiera pensarlo volteé hacia el rumor y simultáneamente disparé.

Y allí estaba ella, con sus pequeños ojos abiertos de par en par, con esa extraña expresión en su rostro, con esa pregunta atenazada en su lengua, ese ¿por qué? que no terminaba de salir de su boquita.

La niña cayó de espaldas, mirándome fijamente, mientras se endurecía lentamente su cuerpecito.

-¿ Por... qué... a.. mí...

Ya sin vida, parecía una muñeca de cera, y yo no podía salir de mi tenebroso asombro, ¡había matado a una niña inocente!

¡Esta maldita guerra! Grite con todo el aire de mis pulmones, y luego... Un estallido como un trueno, un disparo y se me apagaron las luces.