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lunes, 7 de febrero de 2011

Dedicado a todos los escritores que murieron creyendo en la utopía:


Nadie se había percatado del deceso reciente del Jilguero, nadie supo que el Ruiseñor había ya cruzado el umbral, nadie entendió ese día el canto del Canario.
Murió solo, íngrimo y solo, murió dormido, murió soñando:

Soñando con palacios de cristal y de ónice y de ágata, revestidos con cintillos de oro y enarbolando banderas de abedules a los lados de cascadas de agua fresca que flotaban entre nubes de algodón y hierbabuena.

Soñando con sus mundos imposibles que navegan fastuosos multiversos en que las novas son las metras y canicas de los niños, los planetas son sus trompos, y en que toda nebulosa y galaxia es un carrusel de fantasías siderales.

Y allí goza el trovador su plácido descanso eterno, entre fiestas y festines, entre angelicales algarabías, recreando las felices aventuras que leyera, cuando su alma juguetona se internaba entre laureles de sus musas.

Y sus risas y sonrisas se nos quedan, albergadas por las almas infantiles de nosotros; los que amamos la utopía y celamos para siempre la esperanza de vivirla