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martes, 18 de enero de 2011

El niño y el chivo


Cierta vez un niño de seis años, tenía un chivito pequeñito, le daba tetero, le hacía cosquillitas en la barriguita, lo acariciaba, le cantaba canciones.
El chivo recibía al niño con sus balidos al regreso de la escuela y le acompañaba incluso a tomar el autobús, en verdad el chivo y el niño estaban hermanados en un amor incondicional y perfecto.

Pero la naturaleza suele ser implacable, y el chivo creció muy rápido, y a medida que crecía también crecía su voracidad, así que comenzó a comerse todas las plantas del jardín que la madre del chico había sembrado con tanto cariño.
Se comió los rosales, los jazmines y hasta las plantas xerófitas a pesar de las espinas, todo lo verde pasaba a su aparato digestivo sin contemplaciones.
Y la madre enojada regañaba al chivo con estas palabras:
-¡Me las vas a pagar, verás lo que te hago!

Una noche, a la hora de la cena, el niño vio en su plato una comida extraña que jamás había visto antes, así que se animó a preguntar:
-¿Qué es esto?
-Pollo, come- respondió la madre.
A la mesa estaban el niño, sus dos hermanas, ambos sus padres, sus tios y sus primos y una de sus tías tuvo la osadía de replicar:
-¿Por qué lo engañas? dile la verdad...es Chivo al horno
-¿CHIIIIIIIVOO?!!!!!, gritó  el infante -NO TENGO HAMBRE!-
-¡que comas te digo! insistió la madre
¿Qué crees que soy, caníbal? reclamó llorando el niño

Y lloró y lloró y lloró, por varios días con sus noches y no cesaba de llorar...
El papá del niño, para colmo de males, colocó los cachos del difunto animal cementado en un ángulo de dos paredes, de manera que el niño podía ver los restos de su noble y voraz amigo todos los días de su vida; ¿cómo olvidaría el canibalismo despiadado de toda su familia?

Ya ven, no hay final feliz para este cuento, aún así espero que les guste; y si...lo admito el niño era yo
Abrazos siderales